En la puerta de la Catedral me espera el guía que me va a llevar por los diferentes espacios: nave, claustro y ascenso al campanario, una visita con más intrigas, traiciones, luchas, pactos y secretos que la mejor de las series. Al caer la noche, con todo el patrimonio romano iluminado, cojo mesa en un restaurante con poco más de media docena de mesas y la cocina abierta, donde me dejo recomendar por unos jóvenes cocineros muy comprometidos con la cocina de productos de cercanía, en la que no faltan los buenos pescados que llegan directos de la Lonja de Tarragona y los vinos naturales.