Apenas está amaneciendo cuando cruzamos la bahía de Roses, una de las más bellas del mundo, y llegamos a los paisajes de viento y agua de los Aiguamolls de L’Empordà. En estas primeras horas del día las aves que habitan el marjal están mucho más activas y su canto pone banda sonora a un momento de profunda relajación. Entre humedales, marismas, campos de arroz y masías, llegamos a las ruinas de Empúries, el lugar por el que griegos y romanos entraron en la península. Nos cuentan que en la entrada del recinto se situaban las tabernae, locales en los que se servía algo parecido al vino; el de verdadera calidad se reservaba para el convivium, reuniones en las que abundaba la comida y los vinos de la provincia Tarraconense, a la que pertenecía Empúries. La playa que hay frente a las ruinas ofrece el privilegio de bañarse junto al muelle en el que, hace veinticinco siglos, atracaron los barcos griegos.